Todo empezó… de manera un poco resacosa. Irse de viaje a Berlín habiendo dormido tan solo 3 horas y media no es lo más recomendable. Irse de viaje a Berlín habiendo dormido sólo esas 3 horas y media porque la noche antes te has ido de Carnaval a Sitges tampoco lo es. Pero uno es joven, es vigoroso y sobretodo es muy “convencible”, así que ya me veis en el aeropuerto del Prat a las 7 y media de la mañana, con cara de resaca, y con las energías no muy cargadas. Poco a poco van llegando todos: algunos se han dormido, otros han tenido problemas con la RENFE (qué cosas más raras…) pero en el momento de coger el avión todos estamos listos. Hasta los dos (denominados cruelmente) “novatos avionísticos”, véase servidor y la Mariona, superan la prueba, se tragan los nervios y pasan dos horas rapidillas en el avión. Al llegar al aeropuerto de Berlín, nos encontramos con la primera sorpresa, y es que se ha enviado de camuflaje en un avión una comisión especial de bienvenida.
Comité de bienvenida audiovisualística en Berlín
Salimos del avión, nos liamos un poco con las estaciones de metro y de bus (aunque Francina demuestra un impecable savoir faire en cuanto alemán se refiere y el lío ya no es tan lío) y llegamos al hostal, o albergue, o hotel para jóvenes. El caso es que está mejor de lo que nos pensábamos. Después de repartir habitaciones y recargar energías con un bocadillo de una pieza de algo parecido a carne (espero que lo fuera…) y con otros manjares, empezamos el “viaje” turístico en sí, poniendo rumbo a la puerta de Brandemburgo. Para ello cogemos el metro (que, con el paso de los días, me fue maravillando cada vez más) y bajamos, si mal no recuerdo, a la Potsdamer Platz, una de las plazas más modernas de Berlín, dónde podemos encontrar algún trozo de muro suelto, el Museo del Film y otras cosillas interesantes.
Rastro del muro de Berlín que atraviesa la ciudad
Andando y andando atravesamos lo que parece ser un laberinto de cemento dedicado a los judíos (o eso o tengo una imaginación tremenda) y por fin llegamos a la puerta de Brandenburgo, gigante como ella sola, y al Parlamento, un edificio que también tela. La primera impresión: el Arco de Triumfo se queda pequeño ante esto (conclusión: Uri, viaja más).
La puerta de Brandemburgo, en directo acojona más
Altar de Pérgamo, o cómo ver que esos tíos eran
unos cracks
Uno de los descubrimientos de myself en cuanto a vicio se refiere (no mal penséis) se debe principalmente a la afición de Aloma y algunos más a un sencillo juego de cartas que nos ha ido acompañando a Berlín cuál bin a avid (código descifrable sólo para algunos de los lectores). El juego en sí, el “Asesino”, era bastante simple, pero el mero hecho de que 10 personas o más (hasta 25!!) se acusen todos contra todos para que solo quede un ganador (versión resumida) da muuuuuuuucho de sí. Así pues, entre museo y monumento, en vez de tomar una cerveza como buenos turistas, nos dedicábamos a desmontar cruelmente todo bar o restaurante que se interpusiera en nuestro camino con tal de poder jugar a una nueva partida del citado juego. Con ello pasábamos los días y las noches, andando por el día y de juerga por la noche. Y aunque el tiempo no acompañase (ese frío horripilante, esa sensación de que podía llover en cualquier momento, esa pesada lluvia-nieve que cuando quería nos jodía el día…) la verdad es que, con cada día que pasaba, a uno le gustaba más Berlín. Pero, oh, misterios de la vida, resulta que para un servidor lo mejor que visitó durante el viaje (dejando a un lado Pérgamo) fue un pequeño pueblecito de las afueras de Berlín, Potsdam, que no parecía haber sufrido demasiado las consecuencias de la 2ª Guerra Mundial. Con sus jardines, su barrio holandés, su tranquilidad, su propia puerta de Brandemburgo (en miniatura)…
El pequeño barrio holandés de Potsdam
Pero el tiempo pasa, y llegó el fatídico día de la vuelta. Eso sí, las compañías aéreas tenían que demostrar que también tienen sus fallos, y un retraso de aproximadamente media hora dejó paso a más partidas del “Asesino”. La hora de coger el vuelo llegó, y aproximadamente a las 4 y media de la tarde ya estábamos otra vez en Barnacity, dónde pudimos comprobar que, realmente, este año no ha habido invierno (cosa que no se puede decir de Berlín). Aunque el viaje se pueda resumir en visitas turísticas, frío glacial, pocas horas de sueño y muchas de “Asesino”, la verdad es que han sido cinco (o seis, depende cómo se mire) días que han servido para desconectar un poco. Ahora, en el horizonte, trabajos de diseño, de radio, de televisión, de derecho… que hacen que el más allá esté más aquí. ¿Nervios? Para nada. ¿Vamos a morir? Pues ya veremos…
Todos tan tranquilos, sin saber lo que les espera de
vuelta a la uni...
1 comentario:
Uriii, ¿cómo va esa moto?
Cagüen la pieza amarilla que no encaja.
U power
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